Roald Dahl, una infancia terrible y desternillante

Posted by   lenguaverde   |   Categories :   Biblioteca Lengua Verde

No suele ser usual que una autobiografía se cuele en la lista de los mejores libros de literatura juvenil de todos los tiempos, pero ‘Boy’, de Roald Dahl, nos parece toda una excepción. De hecho, como bien indica su subtítulo, se trata de ‘relatos de infancia’, los de una infancia terrible, sorprendente y desternillante.

El autor de ‘Matilda’ o ‘Charlie y la fábrica de chocolate’ sorprende al lector con un sinfín de detalles de sus primeros años de vida, que van de las anécdotas más divertidas a los sentimientos más lastimosos, como la nostalgia por la separación de su familia o el miedo a los castigos físicos que sufrió cuando estaba interno.

Entre las primeras brillan algunas descacharrantes, como la vez que Dahl y sus amigos metieron una rata muerta en un tarro de la tienda de golosinas a las que solían ir (aunque no sin castigo); la historia de la pipa llena de cacas de cabra; o la explicación de cómo su padre perdió el brazo a manos de un médico borrachín.

Puede que este último acontecimiento no sea del todo gracioso, pero una de la virtudes de Roald Dahl es la de ser capaz de narrar mediante un personalísimo estilo, que oscila entre lo infantil y lo adulto, entre lo ingenuo y lo optimista, todos los hitos de su propia historia, incluso los más desagradables. Es precisamente con este entusiasmo con el que logra robarle al lector la sonrisa cuente lo que cuente, gracias a una ‘marca de la casa’ que ha encandilado a millones de lectores a lo largo del último medio siglo.

Una prueba de ello es la descripción que hace de la nostalgia que siente por su familia durante las primeras semanas de internamiento en el colegio St. Peter’s, en Gales del Sur, y que define así: “Es un poco como el marearse cuando se va en barco. No sabe nadie lo terrible que es hasta que lo padece”. ¿No es una descripción muy precisa y física de un sentimiento? No podría estar más atinado, sobre todo si tenemos en cuenta al público al que se dirige.

Pese a todo, a lo largo de ‘Boy’ también ha pasajes tremendos, como los dedicados a los azotes que recibían los alumnos por parte de compañeros y profesores, a veces de forma arbitraria y brutal. “¡Crac! Sonó como un tiro de fusil. Con un varazo muy fuerte en las nalgas, el tiempo que se tarda en sentir dolor es de cuatro segundos. Por eso todo flagelador experimentado hace siempre una pausa entre golpe y golpe para que el tormento alcance su máximo punto”, describe Dahl, al que estos castigos le dejaron una profunda huella y no sólo en la piel.

“Todavía hoy, cada vez que tengo que pasar sentado algún tiempo en una silla o banco de asiento duro, empiezo a sentir palpitaciones en los sitios donde la vara, hace cincuenta y tantos años, me señaló el culo”, continúa Roald Dahl.

Pese a todos estos tenebrosos momentos, la infancia de Roald Dahl estuvo marcada por la alegría y el ingenio desde el mismo momento de su concepción. La prueba de ello es la loca pero a la vez acertada teoría que su padre, el manco Harald, tenía acerca de la maternidad: “Si los ojos de una mujer observaban constantemente la hermosura de la naturaleza, esta hermosura se transmitiría de alguna manera a la mente del hijo por nacer, y éste sería un amante de las cosas bellas”.

Así que los últimos meses de embarazo sometía a su mujer a lo que llamaba “paseos esplendorosos”, lo cual consistía en llevarla a sitios de gran belleza. ¿Pudo este hecho haber marcado la inclinación de su hijo Roald Dahl por imaginar y escribir historias? No podemos estar seguros. En cualquier caso, si alguien conserva el sentido del humor después de perder un brazo por la inmensa desgracia de toparse con un matasanos beodo que no distingue una rotura de una luxación (y en vez de escayolar, trate de recolocar el hueso a fuerza de tirones) ¿cómo no va a ser su hijo un gran guasón?

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22 junio, 2015