Matilda o el poder de la inteligencia

Posted by   lenguaverde   |   Categories :   Biblioteca Lengua Verde

Lo corriente general debería ser que todos los niños, especialmente en su años de infancia, sean queridos y adorados por sus padres, incluso aunque no sean especialmente guapos. Por desgracia, hay demasiados casos de progenitores que no tienen la más mínima aptitud para ejercer como tales. A la postre, sus hijos terminan por odiarles para, al crecer, convertirse en lo que más aborrecen. Matilda, la protagonista que da nombre al libro de Roald Dahl, se encuentra en una situación parecida.

Los padres de esta joven superheroína no sienten el más mínimo aprecio por ella. Sin embargo, con apenas cuatro años es tan inteligente y sagaz que encuentra subterfugios para hacer frente a la locura que la amenaza. La dos principales son leer y hacerles trastadas como castigo por su mal comportamiento.

Pese a ello, hay que remarcar que Matilda es una niña adorable, de esas que cualquier buen padre querría tener: Es ingeniosa, cariñosa, comprensiva, humilde y ha sido capaz de aprender por sí misma a leer y escribir. En muchos aspectos se la podría considerar una persona superdotada e incluso con poderes mágicos, aunque eso es mejor que el lector lo descubra por sí mismo.

Por desgracia para Matilda, los adultos que la rodean no son tan indulgentes y perspicaces como lo es ella. Más bien al contrario: Su padre es un vendedor de coches usados que truca los cuentakilómetros para sacarle más dinero a sus clientes; su madre sólo piensa en arreglarse, jugar al bingo y ver la televisión; mientras que la directora de su colegio, la señorita Trunchbull… Bueno, de ésa es mejor no hablar mucho. Sólo la señorita Honey (el apellido le viene como anillo al dedo, pues es dulce como la “miel”) comprende el potencial que tiene esta niña de ojos profundos y sabios.

“Al ser muy pequeña y muy joven, el único poder que tenía Matilda sobre cualquiera de su familia era el cerebro. Los dominaba en ingenio. Pero seguía inalterable el hecho de que en cualquier familia, una niña de cinco años se veía obligada siempre a hacer lo que decían, por estúpido que fuera”.

Al igual que en otros de sus títulos, como ‘Charlie y la fábrica de chocolate’ y ‘Boy’, del que ya hablamos en una entrada anterior, Dahl vuelve a poner el foco sobre lo horriblemente mal que se portan a veces los mayores con los niños, como si se hubieran olvidado que ellos mismos lo fueron alguna vez. El ejemplo más aterrador es el de la señorita Trunchbull, que trata a sus alumnos con la mayor de las maldades, como si fueran el mismísimo diablo (cuando el diablo es precisamente ella).

“No me gusta la gente pequeña. Nadie debería ser pequeño. Deberían ocultarlos de la vista y guardarlos en cajas, como las pinzas del pelo y los botones. Nunca pude explicarme por qué tardan tanto los niños en crecer. Creo que lo hacen a propósito”, dice con malévola convicción.

Matilda, por su parte, se ve obligada a veces a comportarse como una adulta, pero como una sensata y racional, que disfruta leyendo libros para mayores, pero que también sabe gozar de la amistad de sus compañeros de clase y de la compañía de la señorita Honey.

-¿Crees que todos los libros para niños deben tener pasajes cómicos? -preguntó la señorita Honey.

-Sí -dijo Matilda-. Los niños no son tan serios como las personas mayores y les gusta reírse.

La capacidad de reír es una de las virtudes de los niños de Roald Dahl, frente al carácter mortecino y gris de los adultos que pululan por sus obras. Este hecho hace de ‘Matilda’ una lectura recomendable para todas las edades, porque siempre viene bien recordar que alguna vez todos fuimos niños, pero también es bueno saber que los niños pueden ser seres más sensibles e inteligentes que los propios adultos. Haríamos bien en no olvidarlo.

P.D.: Si tenéis intención de comprar el libro, hacedlo en la versión ilustrada por Quentin Blake. Sus dibujos son sencillamente maravillosos.

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30 junio, 2015